Nuestra historia es la de un libreto de poesía
en el que has escrito poemas geniales
en las primeras páginas
pero que has dejado el resto en blanco.
Nuestra historia es un naufragio innecesario,
pero inevitable.
Tú llegaste con la noche,
maldito Rimbaud sin talento,
en una proyección petrarquista
del enfant terrible.
Llegaste
con los ojos cargados del cielo
que alumbra los parques
en mitad de las urbes.
Aún recuerdo el vértigo de una mirada tuya:
era asomarse a un abismo inabarcable
de luz y de mar.
Conquistaste Chueca
con tu andar leve y digno
de galgo abandonado,
tu cara de ángel caído
y tu actitud de chapero de lujo.
Te movías por esa línea incierta
donde la infancia y el deseo se encuentran.
Príncipe de los afters,
del Popper,
y de los aquelarres de Drag Queens.
Fuiste mío por un tiempo.
Tu pecho, entre mis sábanas,
blanco lienzo abierto al mundo,
sin mas pincel que mis uñas
y mis dientes,
maldita imagen de Botticelli
con el sexo descubierto
y perdido entre mis labios.
El sudor,
y tu cara
sumergida en el orgasmo.
Sólo cuando dormías
y te oía roncar
lograba desatarte de esa irrealidad onírica.
Con tus labios quitabas el pecado del mundo,
me dabas la paz.
Y aunque no era digno de que entraras en mi cama
un solo beso tuyo bastaba para excitarme.
Es triste pensar
que podrías haber sido esa oda infinita a la vida,
pero que finalmente te convertiste
en un verso tachado
por la raya insaciable de la cocaína.
José Antonio Alcolea